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Empezó el nuevo curso 2006-2007 en medio de la desolación por las obras: mudanzas, traslados, pérdidas de tiempo y de materiales, robos, deterioro de mobiliario... y el arrasamiento profesional y personal que han supuesto las brutales actuaciones del Rectorado sobre el edificio y sus ocupantes, que se han iniciado (y no se sabe cuando terminarán) sin previo aviso y sin el más mínimo respeto por su personal: profesores, alumnos, administrativos y laborales.
Este curso hemos empezado como hemos podido, todos empleando grandes dosis de voluntarismo: recibiendo a los alumnos en la cafetería, trabajando noches y fines de semana, usando recursos de casas particulares (locales, teléfono, ordenadores, labavos y comedores convertidos en laboratorios...).
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¿Qué podemos aprender de todo esto? Que nuestro sistema educativo sigue tratando a sus miembros, enseñantes, administrativos y alumnos COMO SI FUÉRAMOS INCAPACES. La enseñanza y el aprendizaje exigen RESPETO. No hay respeto ninguno a la comunidad universitaria cuando el Rector dice a los profesores que "se lleven los exámenes a corregir a la playa". Este trauma tardará mucho en superarse, y no sólo ha creado una gran desazón, sino desánimo y desconfianza hacia las autoridades académicas que no han estado a la altura de las circunstancias.
Hoy, a 23 de marzo, las obras siguen y los alumnos se quejan con toda la razón. Nos llegan promesas de nuevos edificios con aires de propaganda electoral... El prometer algo nuevo siempre funciona de cara a los electores, pero innovar no quiere decir seguir urbanizando, construyendo y ocupando más suelo y más edificios. Es posible que haya que hacerlo en determinadas circunstancias, pero todos sabemos que a largo plazo ya no es sostenible.
Otra actitud, otra mirada a lo que ya existe, y he aquí que se hacen nuevas todas las cosas.